Imágenes paganas / Alejandra Pultrone





Me gustan los días nublados y tristes dijiste y ese día supe que te ibas a ir un día así, fue casi  una advertencia, un anticipo honesto, un ticket de sinceridad que me dabas al empezar a ser nosotros, en ese principio que siempre te gustaba recordar y contar en cada reunión donde aparecía algún desprevenido que no nos conocía, entonces con tu voz de falso locutor de radio, decías ella iba caminando un domingo por el pasaje La Cautiva y ahí desplegabas la introducción y el nudo de nuestra historia tan clásica como repetida, tan deseada como sencilla, quién no desea, al menos una vez, caminar  paseando al perro una mañana de domingo por su barrio y encontrar un amor así, arrojado en la vereda, un día nublado y triste, el desenlace lo contás ahora lejos de mí, y yo no cuento nada porque nunca me gustaron las confidencias ni la cara de los otros cuando se cuenta algo que no anda bien en la vida, nunca me gustaron las historias de corazones rotos y esos relatos interminables a moco tendido, madrugadas de pañuelos de papel buscados en el fondo de la cartera mientras el mozo del bar se hace el distraído y levanta rápido las tazas sin limpiar la mesa, prefiero esta soledad de departamento cerrado por melancolía como decía Blainsten, colgar mi cartelito en la puerta del sexto D, mirar por la ventana la noche cerrada sin luna ni estrellas de un día que fue nublado y triste, recordar cada día de los días que pasamos juntos, mejor dicho recordar momentos de esos días, como cuando una mañana del fin de semana largo de octubre dijiste prepará un bolso y nos vamos a la laguna, porque vos no decías Chascomús, decías la laguna como si la única laguna del mundo fuera la del pueblo en el que habías nacido, vamos a la laguna, y yo preparé el bolso con unas pocas cosas, el protector solar, el Off y mis pastillas de anís y tomamos la ruta dos, la autovía dos, nos sentimos unos locos intrépidos que nadie podía controlar, que podían hacer lo que quisieran, eso sí, mientras fuese feriado largo y no lloviera mucho, porque te gustaban los días nublados y tristes pero no las tormentas con su exuberancia de rayos y truenos, es que allá en la laguna cuando eras chico, se te había muerto un compañero de escuela partido por un rayo, como en el relato de Paul Auster, el que está en el libro “El cuaderno rojo” el que da comienzo a su teoría del azar, donde cuenta cómo se salvó de morir fulminado por un rayo en el campamento de verano al que los padres lo habían mandado, esos campamentos de verano completo que tanto le gustan a los yanquis enviar a sus hijos y que después son escenarios de espantosas tragedias que dan lugar a espantosas películas de terror, de las que no te gustaban porque preferías las películas francesas, porque en el fondo eras un snob, un simpático seductor nacido en Chascomús, y nos fuimos entonces como dos aventureros escuchando música y ahí un poco discutimos porque el rock nacional también está lleno de grietas, Vivencia o Sui Generis, Soda Stéreo o Virus, Los Redondos o Attaque 77, y al final arreglamos escuchar un tema de cada banda que nos gustaba a cada uno, empezando por las que me gustaban a mí y cuando llegamos a la laguna el azar de Auster quiso que estuviera sonando la canción que habías elegido vos y te pusiste sentimental mientras yo pensaba qué pena, vamos a llegar a la laguna antes de que empiece a sonar la voz de Federico Moura, pero me acariciaste la pierna despacito, como te gustaba hacerlo siempre que hacíamos lo que vos querías y te sentías feliz y a mí también me encantaba ese gesto, porque los amores así como el nuestro, de introducción, nudo y desenlace, están llenos de esos detalles imperceptibles que siempre se recuerdan, aunque un día yo ya no recuerde tu cara, ni vuelva a escuchar tu música, ni entre a pasear por Chascomús antes de llegar a Mar del Plata.


Imágenes paganas

Alejandra Pultrone

foto:AP. Tigre, 2019.


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