El cuarto mandamiento/ Alicia Jurado





La música no llenaba el aire, sino la sangre. Ese ritmo insistente, obsesivo que latía como un corazón y golpeaba en el corazón mismo, se iba convirtiendo en movimiento e invadía los nervios, los tendones, los músculos; iba sustituyendo lenta e inexorablemente, no solo al cuerpo dócil a su mando, no solo a la materia sometida que lo seguía con la obediencia de sus reflejos previsibles y puntuales sino también al alma.





Lo terrible de la muerte es su finalidad, su carácter absolutamente irrevocable. Se podían aventurar todas las hipótesis acerca de la perduración del alma, invocar todas las religiones y sus dudosos consuelos, pero el hecho tremendo de la muerte física seguía ahí inconmovible. Nunca más, se podría decir con el cuervo de Poe.








Te espero con calma, sin forjar imágenes, sin temor, sin cavilaciones, casi sin pensar en ti; como han de esperar sus crías los animales o el reventar de sus pimpollos las plantas.






Pero ahora ya no estaba el círculo mágico que le había protegido el corazón, y las fieras se lo habían devorado. Ya ni siquiera tenía ganas de llorar, sino de dormir. El arroz estaba a punto, y ella solamente tenía ganas de no despertarse más.






Alicia Jurado
El cuarto mandamiento
Buenos Aires, editorial Emecé, 1974.

Buenos Aires, República de Caballito, Bar El coleccionista, octubre 2022.


Coleccionistas de Palabras: Mónica Tempesti, Marita Patiño, Agustín Francis, Alejandra Pultrone.
Coleccionista en el recuerdo: Silvia Sarkansky.






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