Ojos secos / Mónica Tempesti
Alberto trabajaba en el club de natación Unidos Paraná. Era un experto nadador, incluso había cruzado el río más de una vez. Ahora entrenaba muchachos y chicas para trabajar de guardavidas en los diferentes balnearios. Solía decir "este río cambia constantemente las mareas, hay que amarlo, respetarlo, cruzar no es fácil pero tampoco imposible".
Inés, la esposa, también sabía nadar. Años atrás había tratado de hacer el cruce y no lo había logrado.
Una noche se reunieron varios amigos con Alberto. Quique de Prefectura hacía rescates en el río. Corría el fernet y la cerveza por las mesas. Quique le hizo una apuesta a Alberto, cruzar el río, la semana siguiente. Una locura que fue aceptada.
Cuando Inés se enteró le dijo "ustedes están locos los dos, vos tenés una familia y ya cumpliste los 50 años. No estás bien entrenado.”
No hubo caso. Alberto empezó a entrenar en el balneario Frambuesa, uno muy lindo con sombrillas coloridas, bar, restaurante y vestuarios.
A los dos días sonó el teléfono mientras la familia de Alberto almorzaba. Atendió su hijo y dijo que Quique ya había cruzado.
A la mañana temprano se entrenó en la pileta de Unidos Paraná, luego fue al río y decidió cruzar al día siguiente.
Lo acompañó su familia hasta la lancha dónde subió su hijo.
Salió desde Frambuesa y nadó enfilando hacía la orilla qué se le mostró amplia ante sus ojos. Ese lugar donde quería llegar parecía más lejano y corrido hacía atrás, la lancha le indicó que desviase su curso. La corriente había cambiado y había mucho viento.
Nadaba haciendo fuerza con sus piernas y brazos, se cansó pero siguió. Parecía un río joven y le hablaba pidiéndole piedad.
-Hoy no amigo, hoy no .
Llegó a la orilla y cayó exhausto. Desde la otra orilla Inés lo veía con los binoculares y empezó a llorar desesperada.
Apenas llegó la lancha bajó su hijo corriendo. Estaba rígido, el agua corriéndole por la boca y los ojos bien abiertos pero secos.
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