Donna indómita / Mónica Tempesti


                    
                                                                                     

I

Me gradué en el secundario con el mejor promedio. Mi nombre es Antonella y soy la mayor de tres. Marcelo y Piero, mis dos hermanos varones, se divertían tratándome como nerd. 

Somos nietos de italianos y en casa también hablábamos ese idioma. Tenía toda la presión familiar para estudiar en la Universidad Austral. Al pertenecer a una familia acomodada, no necesitaba trabajar, pero yo si quería hacerlo. La universidad tomaba un examen de nivel y obtuve el más alto puntaje. Elegí la carrera de Ciencias Económicas. Después pensaba a hacer una especialidad. El colegio secundario nos había brindado a los mejores promedios un sitio exclusivo para ofrecer el CV. Pedían un ayudante de Contaduría. Mientras pasaba una elección difícil, me anoté en la facultad en el turno que me convenía por si me contrataban.

El último test consistía en trabajar en grupos y resolver una situación determinada. Tomé las riendas del equipo y salimos victoriosos en poco tiempo. Quedé en el puesto de ayudante de un contador de unos 40 años llamado Ferris. Era bastante desordenado. Él me presentó a la gerente del área, una mujer seria, alta y delgada. Hablamos unas pocas palabras. En esos días empecé a estudiar en la facultad y estaba muy contenta, me iba bien. Lo sábados salía con mis amigos a tomar tragos y bailar. Empezaba con tres shots de vodka y seguía con otros dos más pero no me emborrachaba, me moría de risa y hacia chistes. Me levantaba los domingos al mediodía comía poco y estudiaba.

Pasaron unos meses y Ferris habló con la gerente para que fuera a trabajar con ella, en la atención de los clientes más importantes del estudio. Tuve un aumento de sueldo, estaba ilusionada porque Ada, mi más íntima amiga, me había propuesto irnos a vivir juntas. 

A mí papá no le gustaba mucho la idea, su única exigencia era que tenía que ser en San Isidro. Encontramos un departamento sobre la Avenida Libertador, un tres ambientes con vista al río, nos encantó y les dijimos a nuestros padres. A ellos les gustó y pagaron la comisión y el anticipo.

Me enojé porque eso nos correspondía a nosotras, pero Ada me calmó. Nos conocíamos desde chiquitas y nuestros padres tenían similar manera de actuar. Tal es así, que los padres de Ada equiparon todo el departamento y no hubo forma de que nosotras pagásemos el alquiler. Ada se lo tomaba mejor porque con nuestro dinero podíamos viajar. Por todo esto le dije a papá que quería comprarme un auto. El pagó la mitad y me puse a practicar rápidamente para dar el examen. Cómo papá ya me había enseñado a mis catorce años, sólo debía no equivocarme al estacionar.

Una vez que tuve el registro, el primer fin de semana fuimos a Cariló, a la casa de veraneo de los padres de Ada. La pasamos genial. Allí hablamos de irnos a Europa, más específicamente a Italia. Así arrancamos la semana con mucha energía  y con las nuevas noticias para dar a la familia. Mis padres se pusieron contentos y hablaron con sus respectivos familiares allá.

La familia de mí mamá vivían todos en Roma, los de papá en Sicilia y los de Ada en Milán. Solo íbamos de paso porque yo tenía catorce días de vacaciones . Ada no trabajaba así que ella se quedaba más tiempo. En Roma nos esperaban mis abuelos maternos. Estábamos tan  entusiasmadas que no nos pasaban más los días. Al fin llegó y partimos a Roma. El viaje se nos hizo corto y llegamos al mediodía, allí estaban mis abuelos expectantes, nos abrazamos y fuimos a la casa; nos bañamos y comimos algo frugal para disfrutar pronto de la ciudad. Estuvimos pocos días y ahí nos separamos. Ada a Milán, y yo a Catania, dónde vivían mis abuelos paternos. Lo pasé tan bien allí, comí un montón, tomaba limoncello y me moría de risa. Después viajé a la casa del hermano mayor de papá, el tío Giuseppe y mi primo Salvatore que vivían más al sur, en Siracusa. Repartí mis días entre mis abuelos y Siracusa, allí me sentí muy bien, conocí a la mujer de Salvatore. Ísola era muy bonita y dulce. El tío Giuseppe se dedicaba a la pesca, tenía cuatro barcos pesqueros pero no les iba bien económicamente. Allí atracado en el puerto, me llamó mucho la atención uno que se llamaba Mujer indomable, traducido al español.

 Me explicaron que había un mafioso en el puerto que se llevaba gran parte de su recaudación; eso me indignó. Les pregunté si tenía los papeles al día, y me dijeron que más o menos. Ya había llegado la hora de regresar. Regresé a Roma y pasé allí sólo una tarde. Me fui con las emociones a flor de piel. En Ezeiza, me esperaban mis padres y mis hermanos. Fuimos a la casa familiar y conté todo lo que pude. 

Esa noche, me quedé con papá hablando del futuro. Se había encendido en mí el deseo de vivir en Europa y salir del infierno político y económico de Argentina.



 II


Mi padre opinaba que tenía más opciones en nuestro país. Me dijo que si quería meterme en el negocio de Giuseppe, la mafia del lugar me lo iba a impedir.

Me acordaba de la dulce Ísola y Salvatore, una pareja joven que no vivían  como merecían.

 Papá no me dio permiso para irme. Argumentó que tenía que terminar la carrera. Así fue que puse Italia en pausa y me dediqué de lleno al estudio, di algunas materias libres y me ahorré un año de cursada. No salía tanto como antes, además Ada se había puesto de novia y tampoco me podía escapar como antes  a Cariló.

Finalmente di la última materia, festejamos en casa porque no quería la ceremonia  de los huevos y la harina encima.

Lamentablemente para mis padres el deseo de irme a Siracusa estaba intacto y siempre había mantenido el contacto con la familia.

Tuve que validar mí título en Italia y en el consulado me dijeron que el trámite en Roma iba a ser rápido y fácil si lo hacía personalmente allí.

Vendí el auto, tenía algunos ahorros. Renuncié al trabajo y todos se sorprendieron, sobre todo mí jefa.

Saqué el pasaje, preparé las cosas que iba a llevar y tras esos preparativos y la falsa indiferencia de mis padres llegó el día. Mí papá estaba mal porque conocía dónde iba a ir. Mamá hablaba con mis abuelos para que me entusiasmaran para quedarme con ellos. Papá hablaba todos los días con mis abuelos de Catania .

El primer mes y dependiendo de cuánto tardara el trámite, iba a estar en Roma.

Después de las emociones de la despedida, me afectó ver a mis hermanos llorar. Eso me quebró y fui a embarcar. Durante el carreteo del avión y  hasta llegar a la altura, había llorado aferrando mis manos sobre el estómago. Por suerte me había tocado pasillo y las personas a mi alrededor eran tranquilas. Dormí algunas horas, vi películas, y me comí todas las galletitas que me dieron los chicos.

A eso de las 16 hs. tocamos tierra romana. Me puse a buscar el equipaje y cuando se acercaron mis abuelos, ya era de noche y hacia frío. Los abrazos vinieron bien para darme calor.

Una vez instalada comencé todos los trámites, tuve que dar equivalencias y tardé 45 días. Luego partí a Catania con mis otros abuelos y tíos y después me llevaron a Siracusa. Estaba súper nerviosa y se me fue pasando gracias a las atenciones de Ísola.



 Fui a vivir con ellos, tenían una habitación con calefacción. Después de unos días, llegó mi bautismo de fuego al subirme al barco de mi primo, después de unas horas subiendo y bajando redes, al llegar a tierra, vomité.


-Bastante bien, dijo mi primo. Creí que te ibas a descomponer en el barco, estabas pálida, ahora separamos los pescados y mariscos, yo te enseño.

Me fue fácil aprender.

Al llegar a la casa me bañé. Ísola me pasó un jabón que neutralizaba el olor.

Luego comimos unos fideos riquísimos y una torta deliciosa.

Me fui a descansar antes de ver los papeles del tío. Me quedé dormida ya para la cena. Dormí un poco y volví a salir; yo lo hacía por interés en el trabajo, después me iba a dedicar de lleno a los papeles. Esta vez el mar estaba picado y me descompuse en el barco .

Al pisar tierra fui derecho a la casa, a sacarme el olor y juré no subirme más. Me puse a leer la contabilidad del negocio de pesca del tío. Me costó mucho entenderle la letra y su forma de escribir, Ísola me ayudó bastante y le encontré la vuelta. Había ventas con poco margen de ganancias, otras ninguna, ese pago mafioso se llevaba todo. Era el pago por protección y permiso para pescar, me dio gracia y bronca a la vez. Había que hablar con ese tipo Vittorio Testa.

Al día siguiente cuando fue Giuseppe a verlo. le di un papel con mi nombre y un pedido de cita. 

-Me va a rechazar.

-El no me conoce va a sentir curiosidad. Ya va a ver, tío.

 Se fue meneando la cabeza y volvió a la hora. Me dijo que al día siguiente podíamos ir. 

-Buena señal, agregué.



Vittorio se sorprendió al verme y miró mis ojos claros.

-Disculpe ,Vittorio, y le besé la mano.

-Él se sorprendió y quedó turbado.

-Señor Vittorio, mi familia le paga un 20%de su recaudación. Es demasiado.Están cada vez más quebrados. Otros pagan menos, lo que vengo a pedirle es un trato igualitario.

Cómo encandilado, dijo:

-Me pagan un 15, entonces.

 

Lo miré a Giuseppe y bajó la cabeza como asintiendo.

-Muchas gracias Don Vittorio. Le agradecemos mucho.

 Le agarré la mano y la besé otra vez.

 Ya en la camioneta, nadie lo podía creer. Celebramos con un trago de la botella de grapa, hacía un frío tremendo.

Para mí no cabía duda, el viejo se había enamorado de mí.


 

 III


Todavía mí tío no salía de su asombro: Vittorio le había bajado 5 puntos de golpe .

No sé quién intervino para que Giuseppe me pagara, eran unos pocos euros pero servían. Supongo que el abuelo. Tenía un piso más en el centro de la ciudad y le dijo que lo arreglara un poco para que me fuera a vivir allí. En un par de semanas estuvo equipado. Era seguro que mi abuelo había pagado todo .

Parecía un monoambiente  grande. La calefacción andaba bien pero igual hacia frío.

Mí abuela me compró ropa de abrigo, una campera muy abrigada que agradecí muchísimo. Sospechaba que papá estaba al tanto, así que le escribí. Su contestación fue seca, era obvio que me extrañaba mucho y esa tarde lloré.

Así abrigada subí a otro de los barcos, el Donna Indómita; el capitán era un muchacho joven de unos 30 años. Supuse que estaba casado.

Una tarde ordenando la oficina de Giuseppe, le comenté que necesitábamos nuevos clientes. Me dijo que hablara con Salvatore.

 Me dio la razón y dedicamos tres tardes a recorrer los pueblos más cercanos y  sus restaurantes y bares. Tuvimos buen recibimiento pero había que insistir más y ofrecer mejor precio.

Era necesario visitar a Vittorio. Giuseppe no quería y Salvatore me llevó pero se quedó en la camioneta.

 Me recibió haciendo una excepción porque había que pedirle previamente una cita. Me miró fijo con sus ojos negros, nos quedamos unos segundos, así.

-Don Vittorio, debemos arreglar dos barcos, no es un préstamo lo que le pido.


-Necesitamos un 12% igual pago que  los De Francesco, los Moretti… Nombré un par más.

-¿Y cómo tienes esa información?Vete, muchacha, vete ya! 

Me subí a la camioneta y cuando llegamos a su casa les conté, no lo podían creer.

Después de ese día me pagaron más y Giuseppe me comentó que el abuelo quería verme el fin de semana. Salvatore me llevó. Me dijo que yo tenía un enamorado. 

-Quién?, pregunté.

-Giovanni.

No dije nada y me puse contenta. Él también me gustaba. 

Pasé el fin de semana con los abuelos y tías. Papá los llamaba todas las semanas.

El abuelo estaba orgulloso de mí y así se lo transmitía a papá.

Al regresar, pensaba en Giovanni.

Al día siguiente fui al puerto y me dirigí a donde estaba el Donna indómita.


-Puedo subir?

-Si, señorita, soy Giovanni, el capitán.

Lo miraba y más me enamoraba, era hermoso y muy masculino.

-Mucho gusto, le dije.

Y desde allí comenzamos una relación.

En las primeras salidas venían también Ísola y Salvatore. Después nos dejaron solos y se Giovanni se quedaba en casa. Estaba muy enamorada, era muy dulce y cariñoso. La noticia llegó rápido a San Isidro. Mí papá estaba furioso y mi  mamá deprimida. Me llamaron para decirme que en el verano iban a venir y que querían que fuese a Roma.

 

-Ni loca, que vengan ellos, les decía a Ísola y Salvatore.



 IV


Mi amor por Giovanni se hacía cada vez más fuerte y serio. El vivía cerca del puerto pero nos gustaba más estar en mi casa. Ya  llegaba la primavera y todos estábamos de otro humor.

Mis padres aparecieron en Roma a principios del verano. Querían que fuera para allí pero les dije que no podía, que fueran a Catania. Si les decía Siracusa, no iban a aceptar.

Giovanni me preguntó porqué no iba a Roma. Yo me negaba porque además, tenía que trabajar.

Finalmente fueron a Catania y se alojaron en un hotel.

Salvatore me llevó a Catania con su esposa. Mis padres, estaban tensionados. 

Les dije que era feliz, que amaba a un hombre y que estaba contenta con mi vida.

 

-Entonces te vas a quedar en esa chatura de la pesca, dijo papá. Lo interrumpí.

-No es ninguna chatura. Claro está que no voy a salir con ningún hijo de dueño de banco como vos querías, pero este es mi lugar y estoy contenta.

-Entonces te vas a casar, dijo mamá.

-Todavía no me lo pidieron. Me reí.

-Y él qué hace, preguntó papá.

-Es el capitán de uno de los barcos del tío.

No me dijeron nada más.

Después le pedí a mí abuela una cama para dormir, me llevó a un cuarto y me mensajée un largo rato con Giovanni. Después me dormí.

 Mis padres se fueron al hotel. A la mañana me levanté temprano y ya Ísola estaba preparando café. Nos fuimos juntas a caminar. Le dejé una notita a mis abuelos. Descubrimos una cafetería muy pintoresca y nos pedimos un café fuerte con algo dulce. Llegamos  a la casa al mediodía, ya estaban mis padres.

-Es una falta de respeto...

Lo interrumpió mí abuelo de un modo muy serio y contundente. 

Después de la comida, teníamos que volver

-Adonde vas, tronó papá.

-A casa papá, a mi casa.

Saludé a todos y me fui.



Mónica Tempesti
Donna indómita


Foto / Colman, 2019.

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