Cross


      foto / AP, mayo 2021.


Prólogo a Los lanzallamas

Palabras del autor 


Con Los lanzallamas finaliza la novela de Los siete locos.

Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables,

para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones

estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.

Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa

el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier

parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno

dictándole inefables palabras.

Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros

escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es

penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la

preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage.

Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no

tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen

correctos miembros de su familia.

Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general,

la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la

encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad.

Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que

como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de

un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El

estilo requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les

sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas

vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas

discretas.

Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas

situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas

mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en

blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un

señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el

hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes.

Pero James Joyce es inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen

gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los

bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino

media docena de iniciados.

En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a

pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches.

De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a

la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático

entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas

honorables:

"El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc."

No, no y no.

Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra

literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad

libros que encierran la violencia de un "cross" a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que los

eunucos bufen".

El porvenir es triunfalmente nuestro.

Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la "Underwood", que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El Amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932. Y que el futuro diga. 

Prólogo a Los Lanzallamas ( 1931)

Roberto Arlt


                               

Los Lanzallamas

Roberto Arlt

  Reunión coleccionista

Buenos Aires, Barrio de Caballito

Mayo 2021

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