Al resplandor artificial de los azules / Roberto Arlt




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Corrientes, por la noche



Caída entre los grandes edificios cúbicos, con panoramas de pollos a «lo spiedo» y salas doradas, y puestos de cocaína, y vestíbulos de teatros ¡qué maravillosamente atorranta es por la noche la calle Corrientes! ¡Qué linda y qué vaga! Más que calle parece una cosa viva, una creación que rezuma cordialidad por todos sus poros; calle nuestra, la sola calle que tiene alma en esta ciudad, la única que es acogedora, amablemente acogedora, como una mujer trivial, y más linda por eso.










¡Corrientes, por la noche! Mientras las otras calles honestas duermen para despertarse a las seis de la mañana, Corrientes, la calle vagabunda, enciende a las siete a la tarde todos sus letreros luminosos y, enguirnaldada de rectángulos verdes, rojos y azules, lanza a las murallas blancas sus reflejos de azul de metileno, sus amarillos de ácido pícrico, como el glorioso desafío de un pirotécnico.
Bajo estas luces fantasmagóricas, mujeres estilizadas como las que dibuja Sirio, pasan encendiendo un volcán de deseos en los vagos de cuellos duros que se oxidan en las mesas de los cafés saturados de jazz band.





Confraternidad



Vigilantes, canillitas, fiocas, actrices, porteros de teatros, mensajeros, revendedores, secretarios de compañías, cómicos, poetas, ladrones, hombres de negocios innombrables, autores, vagabundas, críticos teatrales, damas del medio mundo; una humanidad única, cosmopolita y extraña se da la mano en este único desaguadero que tiene la ciudad para su belleza y alegría.










   Sí; para su belleza y alegría.










Porque basta entrar a esta calle para sentir que la vida es otra y más fuerte y más animada. Todo ofrece placer. Todo.








Desde la trattoría con sus vidrieras llenas de moluscos entre guijarros de hierro, hasta las confiterías que, en vez de exhibir dulces, muestran magníficas muñecas de raso y seda y perros que sonríen con ojos de niños. Y libros, mujeres, bombones y cocaína, y cigarrillos verdosos, y asesinos incógnitos; todos confraternizan en la estilización que modula una luz supereléctrica y una especie de estremecimiento sordo, que no se sabe si brota de la entraña de la tierra o cae del cielo purísimo, alto, con una blanca luna glacial truncándose en las cornisas de los rascacielos.








Babel



Las veredas son tan estrechas y en las zonas anchas hay tantos escombros, que la gente va haciendo malabarismos con los pies entre los guardabarros de los autos. Como en los escenarios de los teatros cuando ya se apagaron las luces y quedan solas las bambalinas, se ven casas cortadas por la mitad, salones donde la piqueta municipal ha dejado íntegro, por un milagro, un rectángulo de papel de oro o una estampa de La Vie Parissien.
Armazones de cemento armado más bellos que una mujer. Caños de desagüe negros suspendidos entre jaulones de vigas y maderos. Arcos voltaicos reverberando sótanos de tierra amarilla, mientras cruje la cadena de la grúa eléctrica. Camiones de cien toneladas. Tranvías en trinas, zaguanes con puertas forradas de papel verde e inscripciones en oro: «Saloncitos reservados». 











Peluquerías de mujeres donde entran y salen hombres. Casas de departamentos donde cada departamento le deja una ganancia enorme al propietario... y al comisario. Bodegones donde se comen macarroni adornados con moñitos y lampreas vetustas. Librerías de viejo y nuevo con volúmenes hinchados de pornografía junto a la millonésima edición de Martín Fierro. Ristras de fotografías como para entusiasmarlo a Matusalén. Estudios fotográficos que, además de la fotografía, despachan otros artículos. Diarieros que se tutean con mujeres admirablemente vestidas. Señores con diamantes en la pechera que le estrechan la mano al negro de un dancing. Primeras actrices que tienen catadura de dueñas de pensión en tren de compras. Señoras honestas que parecen artistas. Gatos que podrían pasar por eximios facinerosos. Bandoleros con caras al coldcream y anteojos de armadura de carey. Vivos que parecen zonzos y lonyis que parecen asaltantes.






Todo aquí pierde su valor. Todo se transforma. 






Pasa un señor y dice:
-Buenas noches, mi cabo.
Y el cabo hace la venia. Ese hombre que saludó tiene ocho «manyamientos» y dos mujeres que lo visten para que pasee su linda figura por el canal de los locos y las bagatelas.
Todo aquí pierde su valor: se transforma. Una princesa baja de un auto y le dice al forajido del puesto de diarios:
-Che, Serafín ¿no tenés «menezunda»?
La luna, blanca como sal de cinc, redonda y pura, pasa oblicuamente cortando la cornisa de los rascacielos. De vez en cuando, un forajido levanta la cabeza, la mira y le dice después al socio:
-Che ¿vamo p' al escolazo?















Calle únicacalle absurda, calle linda. Calle para soñar, para perderse, para ir de allí a todos los éxitos y a todos los fracasos; calle de alegría; calle que las vuelve más gauchas y compadritas a las mujeres; calle donde los sastres le dan consejos a los autores y donde los polizontes confraternizan con los turros; calle de olvido, de locura, de milonga, de amor. Calle de las rusas, de las francesas, de las criollas que dejaron demasiado pronto el hogar para ir a correr la juerga tras de un malevito; calle de tango, de ensueño;








 calle que recuerdan los presos en el cuadro quinto; calle que al amanecer se azulea y oscurece porque la vida







 sólo es posible al resplandor artificial de los azules de metileno






de los verdes de sulfato de cobre,  de los amarillos de ácido pícrico que le inyectan una locura de pirotecnia y celos.


#Roberto Arlt
#Aguafuertes porteñas
# 1933







                                          Fotos/ Soledad Rihtner
                                                                                          

#Al resplandor artificial de los azules
#Buenos Aires, Avenida Corrientes 1669, Bar Notable "El gato Negro", 15 de julio de 2017

Coleccionistas de Palabras: Mónica Tempesti / Soledad Rihtner/ Silvia Sarcansky / Alejandra Pultrone










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